Rescatamos a Carlota de un lugar terrible en Cantabria.
Vivía a oscuras, entre sus propios purines y la criaban para comérsela. Tras el fallecimiento del propietario la persona encargada de cuidarla decidió cederla al santuario cuando Carlota tenía cuatro meses. Nunca había corrido bajo la tierra, ni había podido tomar el sol ni darse un baño de barro. La alimentación que tenía era una especie de papilla sin posibilidad de tomar agua limpia. Cuando Carlota llegó tenía miedo de sus cuidadores y entusiasmo por todo: Una cama de heno limpia, una manta, comida sana y fresca. Costó algunos días que dejará de mordernos y Laura trabajó mucho junto a ella.
Tras esterilizarla y realizarle un exhaustivo examen de salud pudo reunirse con la cerda Anita. Desde entonces no se han vuelto a separar. Carlota sigue estando entusiasmada de conocer una vida en libertad, de tener amigas como Anita y ahora sí, de que le rasquen la barriga y recibir todo el cariño que un cerdo merece.