No le importan los 30 años de sufrimiento en los que le destrozaron la espalda y el alma. En poco más de un año con cuidados y amor en el Santuario ha vuelto a brillar como siempre lo debió hacer. Y no solo su pelo, que parece otro, sino que hasta su mirada.
Cuando fuimos a rescatarle estaba extremadamente delgado y lo encontramos inmóvil en una nave, sin comida ni agua y muerto de calor. Y ahora tiene una nueva familia, todo el cariño del mundo y unas inmensas ganas de vivir.