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Estos dos cerditos, pequeños de tamaño y mayores de edad, tienen una historia de amistad cautivadora.
Mac, el de manchas negras, nació en el refugio cuando rescatamos a su madre, Valentina, que estaba embarazada. Mac enfermó a las pocas semanas de vida y estuvo mucho tiempo hospitalizado. Tenía un problema grave de corazón y su esperanza de vida era muy breve. Cuando volvió al santuario su familia lo rechazó porque no le reconocían. Para un bebé eso es algo muy triste. Pero tuvo la inmensa fortuna de que vivía otro cerdo en el refugio, Enriquito, que también era muy solitario. Le rescatamos siendo muy joven. Corría por el campo tras ser abandonado huyendo de cazadores, según nos contaron. Cuando vino le costó muchísimo integrarse con otros cerdos y siempre estaba apartado.
El tiempo pasó y los dos jóvenes cerdos solitarios iban haciendo su vida, hasta que nos dimos cuenta que, por la noche, los dos iban al mismo sitio a la vez y se tumbaban juntos, siempre con sus cuerpos en contacto. A la mañana siguiente gruñían como diciendo “¿qué hace este aquí?” y se alejaban indignados, pero a la noche siguiente volvían a buscarse de la misma manera. Con el paso de los años se han hecho tan amigos que es difícil verlos separados más de unos cuantos metros, y ahora pasean su amistad a plena luz del día y siempre les puedes ver tumbados en la misma posición en cada rincón durmiendo la siesta.
Lo más bonito de un santuario es que todo animal rescatado acaba encontrando a un alma gemela a la que llamar familia.