Esta mañana a primera hora fallecía Rigoberta.
Creo que ayer, cuando la visité, ya lo sabía. Estaba respirando fatal así que no quise abrir su box de oxígeno. Pose mi mano en la pared de plástico del box, me miró. La dije que la quería y no pude evitar romper a llorar.
Solo quería irme, irme lejos y que todo pasara y fuera bueno para ella.
A veces los milagros ocurren. A veces la vida toma su propio desenlace y hay que respetarlo. También nos prometimos que si la transfusión no iba bien la ayudaríamos a marchar.
Su pequeño cuerpo estaba ya demasiado cansado y débil. A saber los días que llevaría sin atención, con dos tornillos y un clavo en su molleja. Con adelgazamiento crónico. Sin poder comer ni beber.
Paso unos horas aquí en el santuario antes de ingresarla y os puedo asegurar que en esas horas fue feliz. Lloraba mucho y tenía frío. Le pusimos una bolsa caliente y un calefactor al máximo. Piaba como un bebé y solo quería estar en brazos. Su buche ya no funcionaba así que a turnos la abrazábamos y le masajeábamos el buche. No sabíamos de que todo se fuera a complicar tanto y el motivo por el cual su buche no funcionaba.
Pero esas horas fue feliz. Fue un pollo que encontró en sus cuidadoras el cariño de una madre que nunca tuvo.
Milagrito jugando con su papá adoptivo.
Amadrina a Milagro Milagro jugando con su papá adoptivo Hace unos días Milagro sufría una crisis respiratoria. Tan sólo tiene un 40% de la capacidad pulmonar debido a la neumonía